martes, 12 de agosto de 2008

Merienda de desayuno sueco

Hace un frío que te cala los huesos. De esos fríos que te dan sueño. El chico del supermercado se rió de mí:
-¿Recién te levantás?
-No, hace frío. Creo que estoy hibernando.
A veces soy un poco rara. O supongo que algunas personas deben pensar eso.

En fin. Tenía mucho frío y me puse a pensar cuál había sido la comida más caliente que había comido en Suecia (que fuera, claro, apta para una merienda). Y entonces me acordé: avena con kero.

Me crucé al súper, miré todas las cajas de avena hasta encontrar una que pudiera hacerse en el microondas, compré kero, un par de cosas más para la alacena y pagué. Llegué a casa, más helada aún, en caso de que eso fuera posible. Me demoré bastante tiempo para tomar un poco más de frío (así, la recompensa iba a ser mayor). Tres cucharadas de avena instantánea, leche y al microondas.

Ya durante los primeros segundos comencé a sentir el mismo olor que sentí aquel fin de semana en Åre, una mañana antes de salir a esquiar para volver a las 7 de la tarde llena de moretones y sin gana alguna de volver a calzarme un par esquíes. Fue una de las peores experiencias que viví.

De todas maneras, pude extirpar ese episodio de ese fin de semana y logré disfrutar el pasar dos días completamente SOLA, leyendo a mas no poder, fumando cuando quería (todo, claro, acostada en un sillón hermoso y tapada con una manta híper abrigada...). Y de vez en cuando, un tazón de avena...

Tres cucharadas de avena, leche y microondas: Suecia.

sábado, 2 de agosto de 2008

Miedos (I)

Cuando era chica tenía miedo a varias cosas, como todos, pero principalmente a dos en particular: al lobo de caperucita y a las cucarachas.

Desde que tengo uso de razón hasta, mas o menos, los 8 años, le tuve mucho miedo al lobo feroz. Durante todo ese tiempo, todos pensaron que tenía miedo a la oscuridad, porque los momentos terroríficos sucedían a la noche. La verdad, es que durante el día no tienía mucha oportunidad de asustarme del lobo, digamos que podía verlo venir enseguida. Además, durante el día (y aún sin tener hermanos o vecinos amigos) no solía estar sola, siempre tenía alguien hacia que podía correr disimuladamente en caso de que me diera miedo.

Pero a la noche... No lo sé... Las sombras se desarmaban y los sonidos... Convengamos en que los sonidos son los peores. Todos los sonidos que viven durante el día, durante la noche se apagan y, entonces, empezamos a escuchar sonidos desconocidos que se presentan auspiciando una nueva paranoia. La verdad es que la mayoría de ellos siempre nos acompañan, sólo que están ahogados por sonidos más dominantes, principalmente si estamos en una ciudad. Pero a la noche... "¿Qué es ese ruido?", y hacemos aún más silencio para escuchar. Contenemos las respiración, no nos movemos.... plat plat plat "¿Qué es ese ruido?".

La respuesta, para mí, siempre era el lobo feroz. Lo visualizaba abajo de la cama, atrás de la puerta, en el placard, en mi caja de juguetes, asomando la cola por un agujero imaginario en el techo... En fin... Desperté innumerables veces a mis papás quienes se encargaban de prenderme la luz y mostrarme que no pasaba nada. Y otras veces, como todo adulto a las 4 de la mañana, se enojaban mucho porque no comprendían mi miedo. No los culpo, ellos también tenían sus problemas.

Mi miedo por el lobo feroz desapareció paulatinamente pero recuerdo un espisodio en particular que, creo, me ayudó a eliminarlo de mi mente. Soñé que estaba en una torre blanca con piso de piedritas y veía por una ventana pasar al lobo por un camino. Segura como estaba en esa torre empecé a tirarle piedras y se me sumaron unos personajes de un programa de televisión que me gustaba mucho en ese entonces. Y juntos le tirábamos piedras y lo echábamos para que se fuera bien lejos. Y que mejor no volviera nunca más.